lunes, 20 de octubre de 2008

El liderazgo de EE.UU. en tela de juicio

Elecciones americanas:
Obama o Mcain, esa no es la cuestión

Desde la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión soviética, Estados Unidos, se erigió de manera casi natural en única e ineludible referencia en política internacional.

Con el mayor potencial militar y financiero del mundo y las credenciales de libertadores frente al nazismo y vencedores del comunismo, EE.UU. se sentía con la responsabilidad histórica de ponerse al mando de la globalización para afianzar su liderazgo internacional.

Nadie sospechaba en ese momento, ni siquiera la administración americana, en qué consistía realmente dicha globalización ni cual podía ser su alcance. Cuando George Bush padre pronunciaba en 1991 su discurso sobre el Estado de la Unión ante el Congreso anunciando “Un nuevo orden mundial, donde diversas naciones se unen por una causa común para lograr las aspiraciones universales de la humanidad: paz y seguridad, libertad y el gobierno de la ley”, posiblemente no pensaba mas allá de la intervención militar en la primera guerra del Golfo y de la resolución de los conflictos en base a los loables principios mencionados.

En el transcurso de los últimos quince años, hemos visto cómo se desarrollaba una cierta globalización en variedad de campos, incluso en lo delictivo, pero no pudimos conjeturar aún el anhelado “nuevo orden mundial”. Más bien asistimos al debilitamiento de la Organización de las Naciones Unidas, a una cierta crispación de las relaciones internacionales como consecuencia de un “unilateralismo” voraz y al crecimiento de la inseguridad internacional.

En todo este proceso, la imagen de EE.UU. ha sufrido un serio desgaste y al día de hoy su economía está al borde de la recesión. ¿Tendrá pues, la administración americana los medios para mantener su presencia en el mundo y resolver los conflictos en curso?¿O habremos de asistir a un nuevo aislacionismo o repliegue dictado por la escasez de recursos financieros y a la consecuente y peligrosa ausencia de liderazgo internacional?

Objetivamente, a nadie le convendría tal varapalo; máxime cuando se está muy lejos de un verdadero nuevo orden mundial capaz de aportar soluciones a los nuevos retos de la humanidad y lograr una gobernanza justa y estable de la comunidad internacional.

La paradoja está en que la elección está en manos de los propios americanos, sea cual sea el resultado de los comicios presidenciales. Se trata ante todo de fortalecer la credibilidad de una organización de Naciones Unidas renovada, sea a nivel de la resolución del veterano conflicto palestino-israelí y del resto de contenciosos pendientes o en la lucha contra el hambre y las desigualdades en el Mundo. Se trata de unir fuerzas para poner término a la sangría que supone para el tercer mundo la ola incontrolable de la emigración, y volver a tomar la relación norte-sur en el sentido del trato justo. Se trata de fomentar realmente la democracia y libertades en el mundo, respetando creencias y voluntades colectivas mas allá de los simples intereses coyunturales. Se trata, en fin, de liderar un proyecto serio a la altura de la inteligencia y de la dignidad humanas.

Comprendo que para ciertas mentes estos objetivos puedan parecer meros deseos piadosos, pero eso seria sin tomar en consideración los últimos acontecimientos y el fuerte impacto de la comunicación que les acompaña, en la opinión pública internacional.

La formidable movilización de los gobiernos para atajar la crisis financiera ha tenido al menos el mérito de demostrar que cuando algo se quiere con firmeza, se puede. Y de aquí en adelante se hará difícil para los políticos justificar su inercia frente a tantas tragedias que vive la humanidad o su complacencia ante la desmesura y la opulencia insultante de un puñado de favorecidos insolidarios.

El presidente francés, Nicolas Sarkozy, ha tenido la lucidez, en su calidad de Presidente de turno de la Unión Europea y de un país influyente en la escena internacional, de llamar a cerrar filas y a reaccionar ante lo que se avecina. Pero cuando habla de reconstruir “el capitalismo del futuro” o que el presidente George Bush insiste en preservar “los fundamentos del capitalismo democrático”, no parecen responder al verdadero reto planteado por la crisis que, sin duda, sobrepasa el enfoque técnico de la reforma del ordenamiento financiero mundial y apunta más bien hacia una cuestión de índole política que reside en la confianza. En cualquier caso, el contexto actual no soportaría nuevas dudas ni vacilaciones ante el futuro próximo.

Cuando se pretende apagar el fuego, más vale dejar que las cenizas se enfríen antes de removerlas.

Abdeslam Baraka

Rabat el 20 de Octubre de 2008

lunes, 13 de octubre de 2008

La crisis financiera vista desde Rabat

Al igual que el resto de la gente, trato de comprender lo que está pasando y lo que queda por venir. Las únicas certezas que se vislumbran en toda esta confusión es que la crisis financiera y económica no tendrá los mismos efectos sobre ricos y pobres y que las reglas del juego las dictan y las cambian a su antojo los poderosos.

Hace al menos dos décadas que el FMI y el Banco Mundial van impartiendo clases y dictando reglas de conducta a los países del Tercer Mundo para que saneen sus economías y estructuren sus finanzas. Vimos cómo se les exigía deshacerse de las empresas estatales rentables en el marco del famoso proceso de privatización. Y, para apreciar mejor el manjar, llegaron también las conminaciones sobre comercio internacional, con la abolición de fronteras para los productos manufacturados y los capitales extranjeros, y la armonización de las legislaciones laborales y de inversión en base a las pautas de los países ricos.

Es necesario recordar la convulsión que, para las poblaciones de esos países, supone soportar las famosas reformas estructurales que apuntaban a menos Estado y mayor "competitividad". Muchos gobiernos se tambalearon y otros fueron arrasados por la ira de manifestantes desesperados, aunque el nuevo sistema siguió su camino, imperturbable, decidido a dejar en la vereda a los débiles.

Para colmo, se cerraron las fronteras de los paraísos occidentales a los productos agrícolas de los países pobres y se empezó a criminalizar la inmigración de las víctimas del sistema.

Lo que no se podía imaginar es que cuando los Estados del Tercer Mundo empezaban a tapar las brechas y a curar las heridas sociales, habiendo asumido que los Estados no deben interferir en la economía ni asistir a las empresas y personas, se hayan visto sorprendidos por los remedios recetados por los poderosos para atajar la crisis actual.

Sin pretender ser exhaustivo, las medidas que deberán asumir ahora los políticos y los gobiernos se resumen en volver a las nacionalizaciones, utilizar la plancha de billetes, recurrir al producto de los impuestos para verterlos en las cajas sin fondo de las instituciones financieras, otorgar la garantía del Estado a los depósitos bancarios y, por si ello no fuera suficiente, optar por el endeudamiento exterior y el déficit presupuestario para implicar mejor a las futuras generaciones en asumir nuestras torpezas. Todo un escándalo.

Hay que imaginarse la amargura con la que se percibe este proceso desde Rabat, Brasilia o Yakarta. En un pasado muy reciente, cuando con medidas similares podían pretender relanzar sus economías y recortar distancias, se les encendía el semáforo rojo; ahora, cuando empezaban a lidiar con el mercado internacional y a sentirse aguerridos, se cambian las reglas de juego y se les deja indefensos. Por ejemplo, cuando el banco central de Marruecos sube los tipos de interés en medio punto para yugular la inflación, Trichet, que no ha cesado de defender la misma política, sucumbe al pánico y, junto con los principales bancos centrales del mundo, baja los tipos de medio punto.

Definitivamente, los países emergentes y en desarrollo deben prepararse para padecer su propia crisis.

Una de las principales consecuencias de la hecatombe financiera actual es la desecación del crédito. Sea a nivel de individuos o de Estados, el efecto se anuncia devastador. La sangre dejará de fluir en el cuerpo de la economía y el paro cardiaco será inevitable. En todo caso, las secuelas sobre las funciones del cerebro estarán servidas. Ahora bien, el que no tenga necesidad de recurrir al crédito, por tener medios para aguantar la racha, podrá esperar mejores tiempos y hasta beneficiarse. En otros términos, es el momento para los ricos de hacerse más ricos y el momento para los pobres de asumir plenamente su condición y dejar de fingir, como llevaban haciendo algunos recurriendo a los créditos al consumo y a las hipotecas.

Países como Marruecos, cuyo sistema financiero no está contaminado, tendrán que afrontar pronto la escasez de inversión exterior, la desaceleración del flujo turístico y la disminución de la actividad exportadora en general. Se trata de miles de trabajadores en situación de riesgo. Pero la cobertura social no es la misma que en los países desarrollados y tampoco lo es la capacidad intrínseca de autofinanciarse durante un largo periodo de tiempo. Lo que había que privatizar ya se ha privatizado; lo que había que conceder al sector privado a nivel de servicios públicos ya se ha concedido, y, consecuentemente, las posibilidades extraordinarias de financiación se agotan. Marruecos deberá optar, pues, por sus propias soluciones y apoyarse en su mercado interno.

Y me pregunto, ¿qué latitud tendría un país emergente en tomar medidas de protección e imaginar soluciones propias sin levantar protestas institucionales, ya que las reglas de la globalización siguen vigentes, al menos en teoría? Las propias palabras de Paulson, secretario del Tesoro, pronunciadas en el Congreso de EE UU al presentar su plan de rescate, inducen a temor. Decía: "Si no se aprueba, que Dios nos ayude". Ahora que está aprobado, parece insuficiente a todas luces. Así, digo yo, que Dios nos coja confesados.

Abdeslam Baraka

13 de octubre 2008