viernes, 29 de octubre de 2010

El voto popular no es un cheque en blanco

El actual contexto democrático nos está dando señales de agotamiento que no acabamos de percibir y no calla su alarido de advertencia que tampoco termina de convencernos.

Cuando el éxito electoral del Frente Islámico de Salvación en Argelia pudo justificar, ante occidente, el golpe de Estado militar; cuando un sistema democrático permite la elección de un movimiento populista que niega el derecho de la oposición a existir y a luchar con armas iguales; cuando un gobierno democráticamente y "civilizadamente" elegido pretende que el mandato popular le permite convertirse en dirigente absoluto durante el periodo constitucional, es que algo nos llama a recuperar el concepto democrático para preservarlo de los oportunistas y de los idiotas cortesanos.

Las recientes experiencias europeas, en particular la francesa y desde ya la británica -por fijarnos en las mas vistosas-, nos interpelan directamente sobre el plebiscito de un programa electoral y la credibilidad de su portavoz, frente a los principios democráticos que no deben limitarse a la mayoría parlamentaría y partidista, sino que trascienden la democracia aritmética hacia el mayor rayo de diálogo y acercamiento social.

En los dos casos podemos observar como algunos protagonistas se aferran a reformas anunciadas en sus campañas electorales en un contexto ya obsoleto -por el hecho de la crisis-, sin siquiera tratar de "reprogramarlas" y adaptarlas por la vía del diálogo y de la negociación. Del mismo modo, podemos ver como no les tiemblan las manos cuando tienen que introducir recetas "pre-cocinadas" del Fondo Monetario Internacional -ahora también toca a los poderosos-, pasando por alto sus propias promesas electorales.

Tampoco se puede entender que en ciertos países de América Latina, el resultado electoral permita a los vencedores cambiar el rumbo de toda una sociedad, como si la verdad y la democracia misma acompañara sus programas de gobierno. No se trata aquí de poner en cuestión la voluntad de cambio y de progreso sino de alertar sobre la experimentación de modelos ideológicos de manera no consensuada con las sociedades llamadas a sufrirlos.

En cuanto al Mundo Árabe, no se si vale la pena volver al caso del F.I.S, y a la fecha fatídica del 11 de enero 1992 en la que se decidió revocar la primera vuelta de las elecciones legislativas en Argelia (el partido islamista obtenía el 82% de les escaños) o centrarnos en el realidad política palestina reciente que no acaba de sorprender.

Sorprenderá, imagino, saber que en las elecciones parlamentarias del 2006 el Movimiento Hamas obtuvo mayoría absoluta del pueblo palestino y que actualmente es considerado por Occidente como una organización terrorista. Que por otra parte, la comunidad internacional liderada por Estados Unidos de América pretende cerrar unas negociaciones de paz con interlocutores de las dos partes, en ausencia del ganador de los últimos comicios palestinos aunque para alegría de algunos, hace tiempo que el mandato electoral palestino dejó de serlo.

¿Cómo tratar con estas grandes contradicciones que pretenden mostrarnos el otro lado del espejo, como si nuestras sociedades fuesen agrupamientos de seres incultos que carecen de discernimiento o que padecen de idiocia? ¿Cómo no amarrarse y arrimarse al único significado de la democracia al que necesitamos atenernos y que nos es mas que la garantía de expresarnos libremente como individuos, como estructuras o colectividades en el marco de un Estado que nos representa y que configura nuestra propia emanación.

En democracia, el voto popular no puede ser considerado como un cheque en blanco durante el mandato electoral, sea para unos o para otros. El voto permite desempatar a competidores políticos pero de ninguna manera niega la existencia y derecho a la existencia plena, humana y ciudadana de los perdedores. Justamente por ello las normas democráticas constitucionales prevén, estructuras representativas de las fuerzas políticas mas significativas mecanismos de control y censura.

Optar por una política de excesiva disciplina partidista, por el discurso único o dicho de otra manera, por la negación de la esencia de los principios de representatividad y de conciencia, resulta ser el virus principal de nuestras sociedades. Algo falla pues en Democracia, algo en ella necesita reforma y rectificación, para que no sirva de puente a sus detractores y siga siendo, por mucho tiempo, nuestra manera de vivir y de convivir en paz.

No se trataría tanto del contenido sino del método ¿Puede ser?

Abdeslam Baraka
CCS

Rabat el 23 de octubre 2010